
Crónica: Cuca
Faltan diez minutos para que comience la obra. Es raro, a tan poco tiempo del comienzo de la función generalmente ya estaba sentada en el teatro. Es una obra del Solís. Me vuelven recuerdos de la sala principal. En la pre-pandemia llegaba con tiempo a la sala porque me gustaba observar el entorno: los espectadores, la escenografía, si la obra te recibía a telón abierto.
Esa magia se ha transmutado: del recinto público a la sala íntima. Ahora estoy sentada en el living de mi casa. La computadora conectada a la televisión. Pienso que tengo suerte de poder proyectar la obra así. ¿Debe ser más difícil verla en un dispositivo más pequeño? Está por empezar. Me fijo y somos 424 personas asistiendo a distancia al espectáculo. Pienso en el teatro. El teatro es acontecimiento. “Existe mientras sucede” sintetiza Dubatti (2012, p.37). Implica una afectación irrepetible (p.39) por la reunión, en un mismo tiempo y espacio, de los artistas, técnicos y espectadores (p.35). Imagino que cada espectador/a deberá estar experimentando este streaming de forma singular. Lo que estamos viendo ya sucedió, estamos presenciando un archivo teatral, un tecnovivio.
La cámara enfoca las manos de la protagonista. Está cortando una naranja. Apunta a su rostro. Puedo apreciar todos los gestos en primer plano. Tal vez, si estuviera en la sala eso no lo percibiría. El montaje televisivo me marca lo que tengo que ver. El sonido es muy bueno. Capta hasta los sonidos minúsculos. Las pocas experiencias de ver teatro filmado que tuve previamente habían sido muy exasperantes y creo que el sonido era lo que empeoraba la situación. En este caso es distinto. La actriz mira al costado y pregunta: “¿A vos te gusta el chajá? A mí no”. Mira al costado. Seguramente, en el escenario no miraría a nadie puntal o quizá a una de las tantas personas de la sala. Aquí coincidió con la cámara lateral. Da la sensación que nos habla a los espectadores detrás de la pantalla. No dejo de pensar que la diferencia entre convivio y tecnovivio se centra en la experiencia. La cámara que capta la escena opera mediante recortes elegidos por otra persona que influye en mi expectación. Hay jerarquización de la información, limitaciones en el diálogo. Pienso: ¿y si la conexión a internet no funcionara? (Dubatti, 2014, 129). Ni mejor ni peor: distinto.
Mi hijo aparece en el living. Me pregunta: “¿Esto tenías que mirar?” No le contesto. Es difícil poder seguir la obra. Pienso en el concepto de catarsis. Vuelvo a enfocarme en la pantalla. Es un streaming. Capaz no la pasen otra vez. No puedo pausarla o volver a cargarla como cuando veo Netflix. Pese a las interrupciones, la obra me atrapa. A mi criterio, excelente texto y actuación de Abril Pereira junto a la dirección de Agustina Modernel, sobre una temática reflexiva que arroja el testimonio de una mujer atravesada por intersecciones que aumentan su miseria, soledad y dolor: mujer trabajadora del interior del país, de origen humilde, cuyos sueños fueron truncados de joven por la violencia de género que sufrió. Ahora estoy viendo esa parte tan desgarradora de la obra. Cuca pierde a su hijo en la ficción. Termina. Pantalla en negro. Me quedo pensando en ese final que nos interpela sobre la violencia y la condición de mujer. La reflexión se trunca. Nuevamente la irrupción de la realidad que apremia: “Mamá, ¿ya comemos?”. Mi pensamiento pasa de la obra a la recepción y me pregunto: ¿Cómo habrá sido el tecnovivio de las otras 423 personas que vieron la obra por streaming?
Mª Soledad Álvez
Referencias bibliográficas: Dubatti, J. (2012). Introducción a los estudios teatrales. Propedéutica. Argentina: Editorial Atuel. Dubatti, J. (2014). Filosofía del teatro III. El teatro de los muertos. Argentina: Editorial Atuel.